5 de Febrero 2003

La Metamorfosis

        “Cuando P. se despertó esa mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. Y así ha ocurrido, señores. Qué despertar tan duro. Todavía no me he respuesto.

        Todo ha empezado como siempre: recuperar lentamente la consciencia, entreabrir un ojo, notar la boca como una suela de zapato, estirar los brazos en dirección a la ventana viendo como se tensan mis perfectos biceps… ¡carajo, mis portentosos biceps! De golpe me he dado cuenta de que tenía el brazo fofo, fláccido, sin la más mínima señal de haber tenido en algún momento una forma torneada y dura.
        Al principio no le he dado mucha importancia, porque al fin y al cabo todo pierde su forma física si no se cuida. Dejando caer los brazos en la cama, he mirado hacia la ventana pensando en el asunto (y con el asunto me refiero a la desaparición de mis biceps, no al sexo, si fuera ese otro asunto lo habría entrecomillado). Entonces he notado algo extraño: había un ruido en la habitación que no conseguia identificar, un sonido ronco, pesado, lleno de pequeños y casi imperceptibles pitidos, que sugería cosas terribles arrastrándose por rincones oscuros. Escuchándolo atentamente me he dado cuenta de que era mi propia respiración. ¿Qué ha pasado con mis sanos pulmones, mis bronquios casi a estrenar, mi laringe impoluta?
        Aterrado, he saltado de la cama tirando las sabanas al suelo y.. ¡oh, horror de horrores! ¡algo me colgaba!. Si, una extraña protuberancia de consistencia gelatinosa que he podido identificar como una barriga cervecera (con sus michelines y todo) sustituía mis perfectos abdominales, mi tableta de chocolate. Me he frotado los ojos, he probado a pellizcarme. Todo en vano. Estaba claramente despierto.
        Delante de un espejo de medio cuerpo he roto a llorar: no quedaba ni rastro de mi fibroso y atlético cuerpo. Hombros caídos, pectorales brillando por su ausencia, barriga, piernas torcidas. He conseguido evitar desmayarme cuando, de espaldas al espejo y girando la cabeza, he comprobado que mi respigón, redondo, terso y adorable trasero ya no estaba allí y había sido sustituido por una parodia de culo. De los genitales mejor ni hablar.         Acercando la cara al espejo me he dado cuenta de que también había cambiado: los ojos más pequeños, puntos negros en la nariz, ligera sombra en el entrecejo; el resto de los componentes desordenados, asimétricos, rompiendo para siempre mi rasgos apolíneos, mi perfil griego, mi envidiable belleza. Lo más reseñable: en lugar de mis exóticos pómulos ahora tengo dos enormes mofletes rubicundos y me ha crecido bajo la perilla una papada. Les prometo que antes de acostarme anoche no era así.
        Aquí estoy, conteniendo las lagrimas, confiando en seguir dormido, en que sea algo pasajero y mañana me levante para descubrir que vuelvo a estar tan macizo como siempre. Por si acaso, he decidido no salir a la calle. Damas y caballeros, lo advierto: si para mañana no vuelvo a ser el tio buenorro de siempre, pienso encontrar al responsable de lo que me ha pasado y partirle los morros.

Posted by P. at 5 de Febrero 2003 a las 01:10 PM
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