Alguien se empeña en sacarme de casa. Yo estoy muy cómodo en mi madriguera llena de humo, recuperándome de la ligera ebriedad de los vinos que he tomado este mediodía (he sido vilmente engañado y chantajeado por una entidad familiar que me ha arrastrado hasta una celebración en la que sacaba 25 cm de altura al resto de los convidados y la media de edad estaba 35 años por encima de la mía, y sólo he podido soportar el evento poniéndome ciego a chatos de rosado). Ahora mismo disfruto de un maravilloso dolor de cabeza y tengo la certeza de que con una miserable caña volvería a emborracharme.
Como les decía, alguien ha tomado como objetivo vital sacarme a tomar el aire. Me he negado, por supuesto (tres veces, y después ni siquiera se ha molestado en cantar el gallo). Ha amenazado con venir a buscarme y sacarme a rastras si hace falta. Así que aquí estoy, parapetado tras una mesa que he volcado ante la puerta y armado con una espumadera y con un barreño por casco. ¿Qué vienen a por mi?, bien, les plantaré cara y les costará sangre, sudor, lágrimas y varios dientes arrancarme de mi agujero. Si hace falta, me agarraré a la mesa y tendrán que sacarme con ella en brazos: aprovecharé para gritar mucho y conseguiré que todos los vecinos se asomen a las ventanas. Quizá hasta llamen a la policía y los medios de comunicación y montaremos el numerito completo. Estén atentos a las noticias esta noche.
Estar así, con la mandíbula apretada, la adrenalina enfriándome el cuerpo y pertrechado con la espumadera me ha recordado esa mañana en que me desperté y descubrí que había construido una barricada ante puerta. A lo largo de la noche, en algún extraño episodio de sonambulismo, había bloqueado desde dentro la entrada de mi buhardilla con una silla ikea (ergonómica, sin respaldo), mi vieja guitarra española, un djembe y una mochila. No se que estaría soñando, pero lo que fuese que venía a por mi no cosiguió entrar (a mi me costó despues un carajo salir).
Reclamo mi derecho a quedarme aquí encerrado si me viene en gana, a hacer gala de mi misantropía, a quedarme pálido como un irlandés por no tomar el sol, a no tener a nadie encima preocupándose por mi y empeñándose en sacarme a pasear como si fuese un perro (que a veces necesite bozal no me iguala a esos pobres animales, claramente por encima de mi)
Damas y caballeros, con su permiso me quedo aquí esperando el ataque. No pregunten por quién doblan las campanas: lo hacen únicamente por mi. Chínchese, John Donne; jódase, Hemingway.