P. vuelve al amanecer, después de 37 horas (dos de ellas en brazos de Morfeo), 750 kilómetros, poca comida, ninguna resaca, mucha polvora, pelo rizado por la humedad, labios cortados y un montón de situaciones absurdas. Está satisfecho con su cansancio y su extraña calma pseudozen. Sigue sin encontrar su cabeza, pero la gente que le rodea no parece darse cuenta de la carencia. Empieza a acostumbrarse a ello.
Damas, caballeros, necesito dormir. Mañana más.