4 de Septiembre 2007

Culpable

Apareció en la puerta de mi trabajo con una maleta. Dos días antes, por teléfono, le había dicho que no quería volver a verla.

Me compadecí de su aire cansado y lastimero, de su inútil resolución de volar hasta Madrid para convencerme de que no la dejase. En lugar de decirle que desapareciera la acogí en mi casa para que descansase, se cambiara y buscase un billete de vuelta.

Paso dos días llorando en la cama, sin querer levantarse.
(Cada tarde volvía del trabajo convencido de que la encontraría convertida en el destripado centro de atención de un círculo de curiosos en la acera que queda bajo la ventana de mi buhardilla)

El tercer día me levanté, me vestí, le di cuatro voces, la saqué de la cama a tirones y llené su maleta a patadas. Subrayando cada grito con un puñetazo en la pared o un espumarajo rabioso conseguí que se arreglara y aceptara marcharse. Por dentro no podía evitar reírme de mi ridícula actuación de chico malo, del asco por verme metido en una historia tan grotesca.

La acompañé hasta un cibercafé para que comprara un billete. Era un viernes de agosto: no había vuelos con un precio razonable, no quedaba ni una plaza en los autobuses y trenes que salían de Madrid.

En una estación a mitad de camino había un tren hacia su ciudad con asientos libres. Llamé al trabajo y avisé de que no iría.

Conduje trescientos kilómetros bajo sus insultos, sus lloros, sus amenazas con saltar del coche en marcha, sus fantasías donde yo volvía a buscarla para pedir que me perdonase. Un chaparrón de palabras tan repugnante como la lluvia de mosquitos que reventaban contra la luna delantera del Ibiza.

La dejé en el andén de una estación en obras.

No había llegado a alejarme diez kilómetros de allí cuando llamó para sisear con voz fría que era un maltratador y un hijo de puta y que la había utilizado. Grité como no lo había hecho nunca, di dos volantazos que casi me sacan de la carretera y colgué después de decirle que estaba enferma y saliera de mi vida de una puta vez.

Y me sentí libre. Tanto que conduje riéndome a carcajadas y cantando a voz en cuello durante los trescientos kilómetros de vuelta hasta quedarme ronco.

Todo esto ocurrió hace un año.

Este domingo me desperté con el hormigueo frío de la adrenalina y el cuerpo agarrotado por la tensión. Había soñado que ella volvía a estar en mi casa, que me perseguía por las calles maldiciéndome y acusándome como una terrorífica Medea a la que no podía dar esquinazo.

En cambio en mi cama solo estaba Tim, que dormía las dos botellas de vino y la pésima obra de teatro de la noche anterior, inconsciente de que a su lado me asfixiaba bajo la sensación de que es imposible escapar de los errores del pasado.


         And she began to scream
        "Bloody murderer! Let me rest in peace!
        When I was yours, you fled the scene,
        now you can't wash your hands of me."

                - Bloody Murderer, Cursive.

Posted by P. at 4 de Septiembre 2007 a las 04:04 PM
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