23 de Marzo 2010

Vuelvo a desear que hubiera muerto (pasado)

Mediodía de un sábado en julio. Conduzco un coche que fue de gama alta hace quince años y que con el tiempo se ha convertido en un ataúd gigante, lleno de gadgets que ya no funcionan.

Doy vueltas en un futuro parque comercial del que solo están puestas las calles. En cada finca vacía se levantan los cajetines de las tomas de luz. Cuatro o cinco manzanas donde solo estoy yo y el sol encima y contenedores de obra y algunas vallas.

No conozco mejor forma de superar la angustia de un sábado que conducir sin objetivo.

Suena el móvil. Al principio pienso en no cogerlo porque es ella y lo último que quiero es volver a pelear. A estas alturas he relacionado tanto el tono de llamada con esas idiotas discusiones locas con ella que cada vez que lo oigo me ahoga la ansiedad.

Por fin descuelgo.

"Qué quieres." Sin interrogación. Tratando de que mi voz sea tan seca que le parezca arena en la boca.

"Nada, hablar contigo." Su voz suena pastosa, adormilada.

"Yo no quiero hablar contigo y voy a colgar." Pero la conversación sigue, absurda y vacía, y yo sigo dibujando ochos en las calles en medio de la nada.

Entonces me doy cuenta de que de fondo, tras ella, suena sin parar un teléfono fijo. Le pregunto.

"Es Jordi. Le llamé antes para despedirme"

"Despedirte. Ya."

La última vez que estuve en su casa, a seiscientos kilómetros, revisé el botiquín. No me pareció que tuviera nada con lo que pudiera matarse. Mañana se levantará con la boca seca, un horrible dolor de cabeza, quizá vómito en la cama.

"Quería hablar contigo hasta quedarme dormida y morirme." Dice que se ha tomado todas las pastillas que tenía y ha esnifado un gramo de heroína.

Le pregunto por qué y no sabe explicarme. Todo lo que deseo es que lo consiga, que acierte, que se muera de una vez. Que salga de mi vida.

Entonces llega el estallido.

Al sonido de su teléfono fijo se suma insistente el timbre de la puerta. Después golpes enormes, voces de hombres que gritan, cosas que se rompen. Oigo que alguien le dice "¿me oyes?, ¿me oyes?, ¿estás bien?"

Ella no responde. Hasta hace un minuto hablaba conmigo así que ahora debe fingir estar desmayada. Todo es ridículo: ella mintiendo, desnuda en la cama, su gato escapándose por la puerta reventada por los de emergencias, yo gritando al otro lado de la línea "COGED EL TELÉFONO, ESTOY AQUÍ, COGED EL TELÉFONO."

Cuelgo cuando escucho que cuentan en voz alta para pasarla a la camilla.

Vuelvo a casa. No tengo a quién llamar. Sólo tengo su número de móvil. No sé el teléfono de ninguno de sus pocos amigos. No sé como localizar a su familia. No sé a qué hospital pueden llevarla.

Sólo queda esperar. No estoy nervioso. Sólo estoy fastidiado. Pienso que si no hubiera descolgado no me habría enterado de nada.

Al anochecer me llama Jordi desde el hospital. Me cuenta que él avisó a la ambulancia, que llegó a su casa cuando la estaban sacando en la camilla. Dice que le han lavado el estómago y que está bien. Que ella le ha pedido que me llamase para pedirme perdón. Que mañana le deberían dar el alta pero que hay asuntos legales que arreglar porque no tiene familia en la ciudad y al ser un intento de suicidio no la dejarán irse hasta que alguien se responsabilice. Que está pensando en hacerlo él.

Cuelgo.

Vuelvo a desear, con todas mis fuerzas, que hubiera muerto.

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Mientras me resitúo voy a escribir cosas que no pude contar en su momento. Antes o después llegaré al presente.

Posted by P. at 23 de Marzo 2010 a las 12:44 PM
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