5 de Octubre 2010

Chulo.

En el momento no creo ir tan borracho, pero cuando lo recuerde al día siguiente en medio de una resaca moral será borroso y confuso y no sabré muy bien en qué orden ocurren las cosas.

Estoy hablando con alguien y veo al tío apoyado en la barra. Querría haberle encontrado más gordo o viejo, pero solo lo veo más calvo, así que voy hacia él y me cuelgo una enorme sonrisa y le agarro por el antebrazo (parece que está fuerte) y digo "Coño, Alfonsito, cuánto tiempo."

No sé que responde. En mi cabeza tengo todo el discurso preparado hace días y me da igual el pie que pueda darme.

Sigo: "Me han dicho que vas por ahí contando cosas sobre mi y me ha hecho gracia enterarme."

Dice algo. Le ignoro. "Y no entiendo por qué alguien a quien no he visto en diez años tiene que ir largando sobre mí."

Y sigo hablando sin escucharle, porque mi objetivo es demostrarle a este desgraciado lo cojonuda que es mi vida, lo mucho que molo, qué bien pagado está mi curro y cuánto me toco los cojones, la casa tan increíble en la que vivo y, sobre todo, lo que me he hartado a follar estos años.

Datos ciertos, sin demasiadas exageraciones, pero que siento como mentiras porque sé que no valen nada.

Entonces me doy cuenta de que está repitiendo la misma frase mientras me golpea con el dorso de la mano en el pecho. Dice: "¿Me estás viniendo de chulo?"

Y se me corta el discurso y me siento confuso. Digo que no. Que yo no voy de chulo, que solo quiero saber por qué hostias tiene que hablar de mi vida con terceras personas.

Vuelve a darme en el pecho y sé que quiere partirme la cara.

En ese momento entra Borja en medio sacando hombros y apoya su frente contra la de Alfonso y le dice que qué cojones se cree, y antes de que me de cuenta cinco personas intentan separarles, yo metiéndome entre los dos y agarrando las manos del calvo cabrón (que está definitivamente fuerte), que intenta saltar hacia Borja jurando que le va a matar. Después nos enteraremos de que lleva un año haciendo boxeo y está deseando pelearse.

Creo que estoy tranquilo, pero cuando hago fuerza con los pies contra el suelo para contenerle siento que me tiemblan los talones y no puedo pararlos, como la primera vez que pisas el acelerador en un examen de conducir.

La cosa acaba rápido. Ellos dos son colegas, o por lo menos comparten un grupo de amigos que son los que consiguen llevarse a cada uno a un lado.

Después le reprocho a Borja que se haya metido. No pasaba nada, no me importaba que el otro me amenazase. Y dice que lo sabe, pero que le tenia ganas y que no va a dejar nunca que nadie me toque.

Me voy a la barra del otro lado, pido una copa, comento la jugada con gente que no se ha enterado de qué pasaba.

Al día siguiente, con dos horas de sueño, me levantaré en el sofá de unos amigos sintiéndome una mierda. Por meterme en tinglados así a mi edad. Por saber que a pesar de todo sigo siendo un gilipollas que no piensa en las consecuencias. O solo porque necesitaba demostrarle a ese tío, de verdad, lo mucho que merece la pena mi vida para poder creérmelo yo.

La sensación de náusea me durará el resto del fin de semana.

Posted by P. at 5 de Octubre 2010 a las 05:48 PM
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