20 de Febrero 2003

El Numerito del Camaleón.

        Quizá el sabado coja un autobús en dirección a Granada. Pequeña escapada para cambiar el escenario de mis tonterias diarias, ser el de siempre pero con Sierra Nevada de fondo. El motivo principal es tener una excusa para no escribir aquí esos dos días. Definitivamente me saldría mas barato pintar la Alhambra en la pared y ahorrarme el viaje.

        Estuve en Granada el invierno pasado. Boda por todo lo alto: la madre del novio guardaba un sorprendente parecido con la señora Bates (silla de ruedas en lugar de mecedora) y el sacerdote que oficiaba la ceremonia no preguntó eso de “si alguien tiene algo que decir en contra de este matrimonio…”, porque yo tenía pensado gritar que estaba embarazado de la novia para romper un poco la tensión y animar el evento. La cena fue en un hotel de lujo, junto a la Alhambra. Descubrí que el sorbete entre plato y plato sirve para quitar los sabores (si es que no se me puede sacar de casa). Supe comportarme: contuve las ganas de tirarle miguitas de pan a los de la mesa de al lado o hacer el numerito del camaleón (masticar algo mucho, mezclarlo con saliva, conseguir la densidad apropiada, dejarlo caer despacio de la boca formando un hilillo hasta un trozo de papel sobre la mesa, sorber rapido y ¡tachán!: P. con un trozo de papel pegado a los morros sin usar las manos y comensales conteniendo las nauseas).
        En algún momento durante la cena fui al baño para despejarme. Estaba fumando un cigarro apoyado en los lavabos cuando entraron unos invitados que venían por parte del novio. Los tipos parecian ser todos hijos de hermanos (si, lo diré para no decepcionar a mis incondicionales: frutos de la endogamia), iban borrachos y creían que ser ocurrente equivalía a llevar la corbata atada en la cabeza. Alguno se fijó en mi cigarro y decidió que era un canuto. Apeló a que ahora éramos familia y teníamos que compartir. Le dije que era tabaco. Insistió y se lo repetí. Los demás me rodearon para preguntarme si no tendría algo de coca. Dije que no. Decidieron que mentía y ya estaban a punto de meterme la cabeza en el water para que confesase cuando entró al baño de caballeros otro grupo y se les jodió la diversión. Han modificado la tradición de tirar al novio al pilón por ahogar en el retrete a algún invitado.
        Cuando empezó el baile pillé un taxi y me largué. Ya que estaba todo pagado, tenía que haberme quedado acodado en la barra tragando whisky tras whisky y sacarle provecho a la cosa. El matrimonio duró un més: el tiempo que estuvieron dando la vuelta al mundo de luna de miel.
        Damas, caballeros: empiezen a casarse ya mismo. Quiero despedidas de soltero y bodas para ponerme ciego en la barra libre y poder hacer el número del camaleón de mesa en mesa.

Posted by P. at 20 de Febrero 2003 a las 02:14 AM
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