3 de Marzo 2003

Gracias por su Visita, Señor P.

        Cuando salgo de casa estoy dispuesto a comerme el mundo. Descubrir que son las siete de la tarde y que aún brilla el sol, que los días se hacen más largos, que puedo caminar con un jersey viejo y grande sin tener frío, me anima extrañamente.

        Descubro que no tengo ni tabaco ni dinero, así que me dirijo hacia un cajero y supongo que quizá voy hasta silbando bajito (llevo todo el día con "New Born" de Muse metido en la cabeza: "wasting our last chance / to come way / just break the silence / 'cause I'm drifting away / away from you"). En el banco tres de los cuatro cajeros están estropeados y hay unas diez personas haciendo cola. Destesto formar parte de una fila estructurada, suelo colocarme de manera que quede claro más o menos cual es mi puesto pero sin integrarme (si, sé que parece imposible). Pues bien, hoy algo tan sencillo como esperar mi turno se convierte en un acto intolerable.
        La gente es torpe, pregunta mil veces las mismas cosas (¿pero ese no funciona? ¿en éste vale la cartilla? ¿esta cola es para el cajero?), equivocan el número secreto, la ranura de la tarjeta, la cantidad deseada, convierten una operación sencilla en algo tremendamente complicado mientras el cajero se ríe de ellos con su sinfonía de suaves pitidos, meten y sacan la tarjeta demasiadas veces, olvidan los recibos, empequeñecen los ojos y mueven los labios intentando descifrar la pantalla, estiran sus actos hasta volverlos absurdos, comentan y hablan y dicen y maldicen, y yo voy agachando la cabeza y encogiendo los hombros y apretando los dientes.
        Se mira a la gente en la cola y uno se pregunta que demonios han hecho con sus vidas, cómo han llegado hasta esa edad sin tener externamente el más mínimo rastro de dignidad, sin un puñetero rasgo con caracter en la cara, sin una intensidad en la mirada, cómo a pesar de no conocer sus vidas, dejándose orientar por algo como su comportamiento en la fila de un cajero, adivino tanto sobre ellos. Pienso que la mayoría ya han vivido dos tercios de sus vidas y me pregunto si saben cuanto las han desperdiciado.
        Después no es difícil extremizar las cosas, ignorar que una señora intenta colarse y sacar el dinero rápido y caminar deprisa, escapar de allí sin rozarse con nadie, estableciendo el mínimo contacto visual porque toda cara es una máscara grotesca, y se vuelve a casa sin apreciar el sol sobre la piel, pensando que la humanidad ha conseguido otra vez provocarte esa sensación en el estomago, mezcla de naúsea, pena y frustración (" tantas tantas tantas / de mis criaturas / compañeras", Bukowski dixit)

        Sé que no puedo saber hasta que punto sienten o viven esas personas, que nada me diferencia de ellos y que llegaré a su edad con la misma sensación de derrota, pero ahora mismo la posiblidad de aceptarlo me ahoga.
        Damas y caballeros, moraleja: escamotéenle dinero a sus familiares y así evitarán los cajeros.

Posted by P. at 3 de Marzo 2003 a las 04:00 AM
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