Amanecer y Café.

                “Red lights, gray morning
                You stumble out of a hole in the ground
                A vampire or a victim
                It depend's on who's around
                Dressed up like a car crash
                Your wheels are turning but you're upside down”
                        - Stay (Far Away, So Close), U2.

        El sol ha salido hace rato sin que nos diesemos cuenta, así que desviamos la conversación hacia esos amaneceres en que uno vuelve a casa después de pasar la noche despierto y en los que es inevitable cruzarse a mujeres en bata paseando al perro, un tipo sudoroso corriendo en chándal, dos hermanos (ella y él) uniformados andando de la mano camino de la parada del autobús, forzudos que descargan la furgoneta de la fruta delante de la tienda del barrio, los obreros en la cafetería con el carajillo y el hombre serio con maletín y periódico que comparte barra con ellos. A esa hora todavía está en el aire el perfume a noche que empieza a diluirse mezclado con otros olores (que en el bar es un denso aroma a churros y café y en la calle de la panadería es una fragancia de croissant y pan recién hecho).
        Decidimos que es la mejor hora del día y parece impensable irse a dormir sin haber tomado un café, así que yo salgo hacia el bar de la esquina y ella hacía el suyo (de camino yo huelo el césped mojado y ella en cambio tendrá salitre y grito de gaviota), y pido mi cortado antes de las siete y cuarenta y tres, momento en el cual, según lo previsto, lanzo una pregunta al aire (y el cuerpo de barrenderos que desayuna a mi lado me mira con gesto sorprendido) que ella responde delante de su café (solo, seguro) a seiscientos kilómetros de distancia.
        Después vacío mi taza, pago y camino despacio hacia casa pensando que quizá el azar haya hecho que pregunta y respuesta coincidan. Al pie de un cubo de basura, una cabeza de pescado me mira boquiabierta.