P. ha terminado el libro a mitad de recorrido, así que en medio de un atasco contempla la nada a través del cristal del autobús. Está en otro plano, o dormido con los ojos abiertos, pero una treintañera rubia (toda rayos uva y gymjazz y tiempo libre y seguramente chow chow ejecutivo y marido de lengua azul) debe creer que la mira a ella mientras conduce su deportivo. Levanta un poco el hombro y ladea la cabeza con gesto coqueto y le sonríe mirándole fijamente. P. vuelve de Babia y frunce el ceño diciéndose "oh, vaya, está tonteando conmigo, mal gusto tiene la pobre chica", pero ella debe interpretarlo como que le sigue el juego porque amplía la sonrisa y apoya el brazo en la ventanilla bajada intentando dar un aspecto sexy sin quitarle ojo.
P. piensa: "perfecto: me bajo en la próxima parada, porque con semejante atasco no va a adelantarnos, y me pongo a hacer autostop. Me recogerá, me mirará el paquete y dirá 'tengo un problema... mi motor esta taaaan caliente que no sé a donde vamos a llegar así', y él responderá 'tranquila, nena, tengo una enoooorme llave inglesa que lo arregla todo'. Entonces empezará a sonar un bajo funky de película porno setentera y sobre el resto de la escena corremos un tupido velo". Para cuando vuelve de su cabeza el coche ha desaparecido en el embotellamiento.
Entonces se da cuenta de algo curioso: ha recreado toda la escena sólo como un juego de imaginación, como un ejercicio mental, porque se supone que es lo que debía hacer como parte integrante del género masculino. En ningún momento se ha excitado con ello. P. se mira a la entrepierna con un ataque de pánico: piensa encontrar al cabrón que le está echando bromuro en la sopa y darle su merecido.