Me quedo dormido sobre las cinco de la tarde (he pasado otra noche en blanco) ante una película con estética sacada de un cuadro de El Bosco. Entre eso, el calor y el cansancio debo tener un sueño intranquilo. Suena el telefonillo y antes de que pueda darme cuenta de que me he despertado estoy preguntado quien es, a lo que una voz responde algo que suena como "sagrado corazón de Jesús" y abro automáticamente, sin procesar la respuesta.
Entonces me doy cuenta de que no sé a quien demonios he dejado entrar, ni que quiere de mi, y no me apetece tener que abrir la pesada puerta de casa y enfrentarme a quien sea, venda lo que venda. Así que me quedo de pie en la entrada, con la cabeza baja, y escucho como sube las escaleras, se para ante la puerta y unos segundos después, como dudando, llama. El timbre suena demasiado alto y me enerva. Me quedo callado y quieto, escuchando atento, y al otro lado él también debe imitarme, y la puerta se convierte en espejo.
Después oigo un carraspeo y una respiración pesada y vuelve a sonar el timbre. Aprieto los puños con fuerza, con rabia, pero sigo paralizado. Un ligero movimiento de pierna y mi pantalón suena como si estuviese hecho de papel albal, retumbando monstruosamente en el recibidor, y contengo la respiración creyendo que ha tenido que oírlo. Pienso con fuerza vete vete vete vete, pero quien sea sigue al otro lado escuchando atento, haciéndome al guerra psicológica. Pasan unos segundos que parecen días y no oigo sus pasos alejarse, así que me voy inclinando suavemente, como jugando al escondite inglés conmigo mismo y me acerco hasta la mirilla. Al otro lado ya no hay nadie.
Para una puñetera vez que viene a verme Dios, no le abro la puerta.