Ser un chapuzas es estupendo. Llevo un colocón encima de pintura plástica absolutamente maravilloso. Decido no abrir la ventana ni la puerta para evitar que la habitación se ventile mientras la pinto, y entre el calor y los efluvios consigo una atmósfera genial que me deja en un estado realmente curioso. Me muevo despacio, fluido, con una sonrisa de oreja a oreja y el cigarro apagado colgando entre los labios, sin ganas. Y me siento por un rato Pollock con una de sus catedrales, o un muralista mexicano, abandonando el academicismo de "arriba, abajo, arriba, abajo, empapar rodillo" y llenando la pared de flechas y espirales y autorretratos a lo Bacon.
Llega el momento setentero, y berreo a gritos Heroin de la Velvet ("and i'll guess that i just don't know, and i'll guess that i just don't know "), manejando el rodillo al ritmo de la canción y moviendo la cabeza de un lado a otro, sin preocuparme de llenarme pelo, brazos y pecho de pequeñas pecas blancas. Acaba pareciéndome muy cómico y reprimo las ganas de pintarme un bigote titanlux. Más tarde, en la ducha, me defecaré en mis muertos frotando para quitarme la pintura de encima y voy a tener que tirar los pantalones cortos que llevo puestos directamente a la basura.
Después, chute de disolvente en trapo y empieza el dolor de cabeza, la pesadez y la somnolencia. Una risilla estúpida (jejeje) se me escapa de los labios empujando el cigarro que acaba por caer al suelo. Sigo frotando la mancha y cuando descubro que no puedo dejarme de jejejes y que se me cierran los ojos, decido que ya es suficiente y abro la ventana. Me permito un descanso que aprovecho para tomar una cerveza mientras se seca la segunda capa.
Dado ya soy todo un señor chapuzas y cocinar no se me da mal, sólo me falta aprender a bordar, a tocar el piano y a hablar francés con corrección para ser toda una señorita casadera. ¿Alguna proposición? "Aprovéchense ahora, conocerme es amarme", que diría Julián Hernández.