Hora del post quejumbroso existencialista. Cojan un tomate en la entrada y tírenmelo al acabar. Solo uno por persona. No vale pintar piedras de rojo.
Anoche debía tener algo torcido por ahí dentro. Amanecía y yo me dejaba resbalar hacia el sueño pensando en que el día había sido corto y frío. De golpe me di cuenta de que no quería otro otoño, de que había tirado el año esperando un verano y ahora que acababa no apetecía vivir otro otoño otro invierno otra primavera, simplemente no me apetecía como cuando no te apetece levantarte para coger el salero o no te apetece ir a ese bar en concreto. No merecía la pena soportar el ciclo de las estaciones esperando a que llegasen los veranos.
Y no sé si es pereza o hastío, pero a veces todas las cosas que hacen que este tinglado merezca la pena (el tabaco, el sexo, un cuadro de Schiele, la voz de Beth Gibbons, un rato de sosiego, la curva de tus hombros) no suman juntas lo suficiente como para sacar fuerzas, echar los restos y aguantar lo que queda con media sonrisa. Dado que no creo en el suicidio y el tabaco mata muy lentamente, lo peor es tener la certeza de que me toca joderme, aguantarme y seguir deshojándome y floreciendo (Estoy obligado a tolerar que el sol salga todos los días. Es mostruoso. Es inhumano, Rayuela).
Y oh-mierda-que-coñazo la media de vida debe rondar los setenta y muchos y a mi me queda demasiado hasta entonces y oh-joder-que-asco tener que comer tantas doce uvas y gastar tantos calendarios y hacer tantas declaraciones de la renta y tanta visita anual al dentista hasta que te llega el momento de cambiar de orilla.
Me toca seguir soportando que la humedad me rice el pelo en otoño y que se me corten los labios por el frío en invierno y que me mate la alergia en primavera, pero yo este amanecer estaba muy cansado.