Es el cuarto día en una semana en que llego a casa a las ocho de la mañana. No sé cuantas copas he servido ni cuantas he tomado, con quién he hablado ni de qué, a quién me han presentado ni cuántas veces he creído que me tiraban los trastos. Ahí les queda como muestra mi gesto de por-dios-necesito-una-cama-ahora-mismo.
Menos mal que todo ésto se acaba mañana, porque mi organismo está al borde del colapso. Rueguen por la salvación de mi alma o lo que quiera que llene el espacio que ésta debería ocupar (sospecho que vísceras conservadas en Ballantines o serrín).