Parece que la advertencia de ayer sólo consiguió mosquear más a alguna ciega y estulta divinidad que decidió dar otra vuelta de tuerca. Empezó con una pequeña broma: el coche se queda tirado a las diez de la noche en la Nacional VI, y nosotros, inconscientes, reímos y empujamos coche arriba coche abajo y jugamos a los mecánicos y al final lo dejamos allí y nos vamos de copas. Se me acaba el tabaco (segunda señal) y se me tuerce la borrachera.
Pero el Señor Don Dios de Barba Blanca (por culpar a alguien) guarda lo mejor para hoy. Una llamada me despierta tras cuatro horas de sueño. Yo tengo un dolor sordo detrás de los ojos que no es resaca. La voz al otro lado de la línea y lo que dice me empuja y me descoloca y me convierte en un monstruo vociferante y grotesco, y si ya ayer ante el espejo de los baños del bar no me reconocía, si caminando por la Gran Vía a las siete de la mañana seguía sin saber quien era, esta llamada y lo que desencadena me hace acabar de perder tierra completamente.
Así que primero ducha y segundo café y tercero Orfidal, cuarto enclaustramiento y quinto buscar el medicated peaceful moment y dejar para mañana lo de partirle al culpable el alma en dos.