Ladies, let me tell you about myself:
I got a dick for a brain
And my brain is gonna sell my ass to you
- Be Sweet, Afghan Whigs.
Vuelvo en autobús desde Oviedo. Cruzar la meseta con el cielo completamente encapotado tiene un aire apocalíptico, como de sueño. Quizá se deba sólo al cansancio que llevo encima. Detrás de mi, dos chicas hablan a gritos. Pero la lengua subsahariana que utilizan es muy sonora, casi una canción, y me arrulla más que molestarme. Me dejo llevar por su sonido y la lluvia repiqueteando en el cristal. Y me duermo.
Un giro brusco del autobús al salir de la nacional seis me devuelve a la realidad: estamos entrando en un área de servicio en medio de la nada. El conductor anuncia que haremos una parada de veinte minutos y que todos debemos bajar. Y entonces llega el problema: no sé qué he soñado, pero tengo una erección injustificada marcándose claramente en el pantalón. Además llevo puestos unos vaqueros viejos bastante estrechos, los que utilizo en Oviedo para las visitas de negocios. Con lo cual mi estado es aun más evidente.
Mientras el vehículo acaba de recorrer los doscientos metros que le separa de la estación de servicio, intento pensar en cosas que subsanen el problema: amigos varones en bikini, el expresidente del gobierno, un partido de fútbol. Y nada. Cierta parte de mi cuerpo se niega a obedecerme e insiste en demostrar su presencia en todo su (escaso) esplendor.
El resto de los pasajeros empieza a ponerse de pie. Atasco en el pasillo. Yo, entre dientes: baja, vamos, baja de una puta vez, no me hagas esto. Desesperado porque el conductor se acerca hacia mi asiento cojo el libro que tengo a mi lado, me levanto fingiendo seguridad y Matadero 5 de Kurt Vonnegut me sirve de pantalla mientras bajo las escaleras del autobús detrás de las subsaharianas.
Fumo un cigarro y miro hacia las nubes dándole la espalda al ventanal de la cafetería. Para que luego digan que leer no sirve de nada.