24 de Octubre 2004

        Sábado, mediodía, viejo chalet en la sierra. Estamos sentados en el jardín, en torno a una mesa (humo, sangría y olor a sol), con la típica conversación de barbacoa y viejos tiempos. Hago un chiste tonto, de parvulario, que desata un coro de risas. Varios comentarios siguen la broma y las risas van creciendo y no puedo evitar carcajearme yo también.
        No me gusta reír en público. Me siento grotesco, ridículo. Y me refiero a reír de verdad, no a esbozar una ligera sonrisa social y soltar un “je” mal ensayado
        Y con cada comentario que se va sumando al chiste río cada vez más, con al boca más abierta, la cara más congestionada, río tanto que empiezan a saltárseme las lágrimas, sigo riendo sin control, a enormes carcajadas, hasta darme cuenta de que estoy llorando. Llorando de verdad.
        No puedo recordar hace cuánto no lloraba.
        Por suerte el estúpido flequillo sobre el ojo izquierdo, la mano sosteniendo el vaso ante la boca y la ligera ebriedad general impiden que la gente se de cuenta y puedo secarme disimuladamente las lágrimas.
        Así que este es mi otoño: inestable y al borde de algo que no sé identificar.

Posted by P. at 24 de Octubre 2004 a las 05:46 PM
Comments
Post a comment
















Atención: Introduce el código de seguridad para poder comentar.