31 de Mayo 2007

Closer.

        (Esto es parte de mis buenas intenciones)

        Tomamos unas copas en un viejo piso de la Avenida de Ciudad de Barcelona. Al fondo nos observa atentamente un pato disecado y desde la pared nos bendice una Virgen de la Macarena en un retablo enrejado sobre el que cuelgan (in no particular order) un salakov, un trabuco y un cráneo de cabra montesa con su cornamenta oscura y retorcida.
        Es la típica reunión de amigos donde se repiten las mismas anécdotas y conversaciones de siempre, con la lengua de trapo tropezando contra los dientes, así que primero es Raquel quien cuenta de nuevo la noche que conoció a Gonzalo (“iba tan borracha que cuando volvimos a vernos no estaba segura de que fuera el mismo”) y después es Leticia la que le echa la culpa a una cama inclinada y a la fuerza de la gravedad de que ella y Darío acabasen durmiendo abrazados.
        Y claro, tras todo eso es lógico que se giren hacia nosotros (sentado en el suelo apoyo la espalda en tus piernas, que cuelgan de un sofó rojo de skay) y nos pregunten cómo nos conocimos. Como voy considerablemente borracho respondo, casi sin pensarlo:

Ella hablaba con alguien por internet. El tipo propuso un encuentro en un acuario al que no pensaba acudir. Cuando ella llegó dio la casualidad de que yo estaba allí sentado, solo, mirando los peces. Me preguntó si era su cita y yo le dije que no, pero acabamos en la cama.

        Entonces alguien apunta “pero si en Madrid no hay acuario”, y después de unos segundos de confusión despejan las nubes de alcohol y los cambios de género y empiezan las risas cuando reconocen la historia sacada de una película.
        Igual que respondí eso podía haber contado que tu eras la heredera de una plantación sureña y yo un mujeriego de ridículo bigote, o que viniendo por la rue de Seine me asomaba al arco que da al Quai de Conti y tu silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, o que realmente somos hermanos mellizos pero nos separaron al nacer para ocultarnos de nuestro padre (un tipo alto y oscuro de respiración asmática), o que nuestras familias se odian y yo reniego de mi padre, reniego de mi nombre y etc etc.
        Porque cuando se cuentan estas cosas todos esperan la dosis de romanticismo o de predestinación, lo novelesco, aquello que nos hace especiales y distintos de los otros millones de vanidosas parejas. Nadie se conoce nunca en una agencia matrimonial, nadie en una clínica de adelgazamiento, nadie en una cita trampa preparada por amigos.
        Así que inventémonos el pasado común que queramos, pactemos una historia que contarle a los nietos, ambientada en una guerra o fruto de un extrañísimo azar. Démosle a nuestras vidas la capa de ficción que necesitan para brillar bajo el sol.

Posted by P. at 31 de Mayo 2007 a las 07:17 PM
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