4 de Junio 2007

Crueldad.

        (Esto sigue siendo parte de mis buenas intenciones)

        Podrían ser hermanos de tanto como se parecen. Barbas descuidadas, pelo estudiadamente revuelto, tan altos como yo pero lánguidamente delgados. Llevan unos trajes ceñidos de corte retro, elegantes y cómodos. Sólo se diferencian porque uno viste de azul oscuro y el otro de marron claro.
        Me alcanzan en un camino de arena, junto a un bosque de pinos. Me gritan algo que no entiendo, agresivos, enfadados. Consigo tumbarles sin demasiada violencia: un par de empujones, una zancadilla, un tirón de la solapa. El sol brilla sin mostrarse, dándole a toda la escena una luz azulada.
        Sigo caminando hasta que vuelvo a oir sus voces detrás de mi.
        Esta vez tengo un trozo de madera en la mano, con forma de cuchara, largo y romo. El del traje claro carga contra mi corriendo, sacando un hombro. Yo solo tengo que mantenerme firme, con el brazo en ángulo recto pegado al costado, y él mismo se clava contra la madera al chocar conmigo. Se retuerce en el suelo, las manos en el estómago. La punta no ha llegado a travesar su camisa o su piel, pero le duele.
        (Al fondo su compañero se sienta en un lado del camino y se sacude el traje oscuro manchado de polvo, abandonando.)
        Cuando vuelvo a caminar sé que va a volver a intentarlo. Esta vez la madera se ha convertido en un pelacables, unas tenazas de media luna afiladas que brillan como si fuesen nuevas. Y tras derribarle, echado sobre él (mi rodilla aplastando su muñeca contra el suelo) utilizo el pelacables para hacerle un corte largo y feo en el espacio carnoso entre el índice y el pulgar, buscando cercenárselo. Él grita sin voz convirtiendo su cara en una mascara de musculos tensos. Y mientras corto con crueldad soy consciente de que esta vez es imperdonable, que ahora no va a rendirse hasta que haya conseguido devolverme el daño, vengarse por su dedo perdido, que va a seguir persiguiéndome por el linde del bosque hasta que le pare para siempre.
        Entonces suena mi teléfono y me despierto y te digo “me has interrumpido cuando estaba a punto de cortar un dedo”, y me respondes que es hora de darse una ducha y arreglarse y salir a tomar una copa porque es viernes noche.
        Y me quedo sin saber hasta que punto habría sido capaz de llegar si no me hubieras despertado. Qué habria estado dispuesto a hacer en sueños para conseguir, por fin, que me dejasen en paz.

Posted by P. at 4 de Junio 2007 a las 06:32 PM
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