Cada vez que huimos acabamos por olvidar lo proyectado antes del viaje (unas ruinas de templo a Venus en la orilla de un pantano con pueblo sumergido, un cementerio militar alemán de cruces idénticas perdido en la sierra de Gredos, un pueblo lleno de setos donde todos los jardineros juegan a ser Eduardos Manostijeras a la extremeña) y somos incapaces de abandonar la habitación extraña durante días, perdiéndonos en humo y sábanas y piel, fingiendo que no hay nada que merezca la pena bajo el sol fuera de las cuatro paredes.
(Las fotografías son suyas)
(Y esto sigue siendo parte de mis buenas intenciones)