6 de Abril 2010

Noche afortunada (pasado)

Primero es una plaza con estatua de poeta, después un par de cócteles para abrir el estómago a la cena japonesa y a la extrañeza de que su mano se extienda sobre el mantel para coger la mía bajo la mirada atenta de las treintañeras de la mesa de al lado.

De ahí al jazz en directo, a dos copas más en la barra, a que ella se apoye de espaldas contra mi y mueva su trasero al ritmo del contrabajo contra mis caderas, y entonces un giro de cabeza entre el humo y la música y los labios que se tocan para volver después a la copa acompañados de unas cejas con forma de sorpresa y de mi mano que se cierra como un cepo en su cintura.

Después más jazz, ya no en directo, en otro bar donde al camarero no parece gustarle que nos besemos tan descaradamente, que yo haya liberado el cepo para atrapar esta vez un muslo con medias de rejilla. Y yo que propongo opciones y ella que elige la que incluye mi cama.

Conducir ligeramente ebrio de camino a casa, y su miedo y mi mano que se juntan para guiarse por el pasillo sin luz que lleva a mi buhardilla, ella tumbada en la cama mientras yo leo la historia de un tipo que tiene dolor de estómago estampada sobre su vestido, y el vestido que se levanta y dos pechos que asoman libres.

Ella sólo con las medias de rejilla.
(En este paréntesis ocurren otras cosas que no voy a contar)

Más tarde llegan las pesadillas. Pegada a mi, tiembla en sueños y se despierta sobresaltada y me cuenta de un horror de gente que roba su energía, de caras alargadas que se repiten noche tras noche. Después el amanecer sin que yo haya dormido pensando que hace una chica así pegando su culo a mí, esta vez sin jazz que lo mueva.

Me pregunta si puede bañarse. Le digo que por qué no.

Ella desde la bañera, yo en la cama encendiendo el primer cigarro en horas, y me cuenta de dos intentos de suicidio y yo pienso que quizá no esté muy bien de la cabeza, y no he cambiado de opinión para cuando vuelve a la cama envuelta en una tolla. Para entonces ya deben ser las nueve de la mañana y la buhardilla está llena de luz gris.

Duermo un par de horas.

El final será llevarla a casa antes del mediodía, volver yo a la mía, aparcar en un arcén para liar un cigarro y pensar (como un presentimiento, mirando al cielo que sigue tan gris que duele) que no estoy muy seguro de que haya sido una noche afortunada.

Posted by P. at 6 de Abril 2010 a las 01:37 PM
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