30 de Enero 2003

Lecturas, Tabaco, Condones.

        Hoy he bajado a la facultad (ovación del público). Exactamente a la misma hora en que tenía que hacer un examen, he ocupado una mesa apartada en la cafetería, he pedido un cortado (despues de seis años he acabado apreciando el sabor del intragable café de ese sitio), he liado un cigarro y me he puesto a leer los libros que acababa de sacar de la biblioteca: “Otoño en Pekín”, de B. Vian, y “Experimentos con la Verdad”, de Auster (la semana pasada quería ser Jeff Buckley, esta no me importaría ser Boris Vian). Es curioso, pero en ese momento el café y la lectura me parecían bastate más importantes que quitarme una asignatura de en medio. Y sigo pensándolo.

        Después, la pequeña e inevitable catástrofe diaria (cuya magnitud no sabrán apreciar, sospecho): se han agotado las reservas de Amsterdamer en el sitio secreto donde lo compraba (un estanco al que se llegaba contando los pasos desde el arbol del ahorcado, pero sin escarabajo de oro de por medio). La dependienta, una tipa que parece maja y se pasa el dia leyendo infumables bestsellers, ha notado claramente mi desesperación y ha tratado de aliviar mi dolor (“hay golpes en la vida tan fuertes, yo no se..” Cesar Vallejo dixit) soriendo amablemente y encogiéndose de hombros.
        Me ha recordado a la chica que hacía el turno de noche en la farmacia 24 horas de la esquina. Después de tanto tiempo bajando a comprar condones a horas intempestivas, acabamos teniendo una relación curiosa. Creo que al principio debió pensar que lo hacía sólo por verla, que era algún tipo de pervertido que usaba los profilácticos para ponérmelos en los dedos o echar guerras de globos de agua. Pero la quinta o sexta vez que me vió aparecer a las cuatro de la mañana (despeinado, sin calcetines, con cara de agobio y urgencia) empezó a sonreir amablemente con esa mirada de “chaval, la próxima vez se más previsor”. Ya no hacía falta que dijese nada: me recibia siempre con un gesto cómplice y el paquete de Durex en la mano. Me pregunto que habrá sido de ella.
        Para acabar. Ha llamado G. desde Bolonia. Quiere que le mande las fotografías que le hice en plan artístico hace ya tiempo. Al parecer está viviendo allí su versión particular de la Dolce Vita, con ebrios amaneceres de martes bailando encima de las mesas de una taberna con desconocidos que la llevan a casa en moto. Esta vez, por lo menos, no he blasfemado entre dientes al colgar.
        Damas y caballeros, c’est tout. He descubierto dos temas recurrentes en lo que escribo: condones y tabaco. Procuraré no mentarlos en una temporada.

Posted by P. at 30 de Enero 2003 a las 03:04 AM