Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel
- Walking Around, Neruda.
(la poesía completa, aquí)
Hoy es uno de esos días (y no me refiero a que esté con el periodo, de hecho tengo un retraso de 23 años. Mala señal, debo estar embarazado. Ruego al padre que no se escaqueé de sus responsabilidades y dé la cara) en que me levanto al otro lado de la realidad.
En jornadas así suelo volver a la tibieza de las sabanas porque tengo la absoluta certeza de que todo va a salir torcido. Es como si una barrera invisible (así como el papel transparente de envolver bocadillos) se extendiese entre las cosas y yo y me impidese relacionarme con ellas de manera correcta. A pesar de todo, he conseguido arrastrarme hasta la ducha y enfrentarme a mis tontas y pequeñas reponsabilidades.
El problema de esos días es que se me nota. Camino por la calle y tengo la certeza de que la gente me mira. Cada vez que levanto la vista de la punta de mis zapatillas (siempre voy vigilándolas para que no se escapen en direcciones opuestas y acabe barriendo el adoquinado con mi hermosa faz) descubro una mirada que escapa disimuladamente. Compruebo que no tengo la cremallera bajada, que no llevo los calcetines desparejados o la camiseta del reves, luciendo la etiqueta como un alzacuellos que beatifique aun más mi aspecto. Me paro frente a los escaparates buscando algún elemento sospechoso en mi reflejo y me veo absolutamente normal, exceptuando el hecho de que nunca salgo tan guapo como en persona. Un consejo: si hacen lo mismo, que no sea en el escaparate de un Womens Secret o las dependientas pondrán mala cara, especialmente si, como yo, llevan las manos en los bolsillos.
Finalmente llego a la conclusión de que debe ser mi gesto. Intento relajar los músculos faciales, poner una cara agradable, distendida, pero sólo consigo una fea mueca de mascara de tragedia griega que me delata más aun.
Despues de un paseo así, vuelvo a casa tapándome la cara con el embozo de la capa y dando un rodeo para no tropezar a algún conocido que me obligue a saludar, porque mi voz le llegará a traves de esa fina película transparante y se dará cuenta de que no estoy del mismo lado que él.
Una última cosa: me he descubierto un pelo rojizo en la perilla. ¿Me estaré convirtiendo en el Señor Jose? No estaría mal, aunque puestos a elegir quizás me cambiase por otra persona (Sr. Jose, si le empieza a crecer un pendiente en la ceja avíseme, deberiamos tomar medidas. Especialmente la de la cintura, para ir adaptado los pantalones). Se me ocurren una docena de explicaciones para la aparición de ese intruso cobrizo: una broma pesada de la naturaleza, una metonimia biológica (demasiado tiempo acercando los morros a cosas pelirrojas), una mutación provocada por la radiación del monitor, etc.
Damas y caballeros, revísense los respectivos vellos faciales por si es una epidemia.