12 de Mayo 2003

Ducha en Compañía.

        Me río de mi cara en el espejo ("que mal te queda esa barba, idiota, que ojeras tienes, necesitas un corte de pelo, mira que poros en la punta de la nariz”), me doy un par de tortazos aunque no necesite despejarme, me afeito consiguiendo no cortarme una oreja y entro en la ducha.
        Extiendo la mano para coger el Lactovit de la esquina de la bañera cuando reparo en algo pequeño y negro que se mueve a su lado. Sin las gafas podría ser cualquier cosa, pero decido que es una araña. Ha debido verme acercar la mano, así que se esconde tras el champú. Sonrío apretando los dientes y levanto el bote, y después, uno tras otro, el resto de los productos tras los que va buscando refugio. Imagino su cara de pánico: ella tan pequeña y tan negra, todo tan blanco, y delante el gigante sonriente de mirada maníaca.
        Se queda quieta, intentando hacerse la muerta o pasar desapercibida, así que me agacho hasta quedarme en cuclillas sin quitarle la vista de encima. Acerco la alcachofa de la ducha a uno de los extremos de la bañera y voy guiando el chorro de agua hacia la esquina donde está el bicho, que empieza a correr en la dirección opuesta (me parece oír un agudo "hijoputa"). Después repito el ataque desde el otro lado y el animal vuelve sin resuello a su posición inicial.
        Decido llevar más allá la tortura: cierro el agua, me pongo de pie, me doy la vuelta y finjo haber dejado de prestarle atención. Dejo unos segundos a la araña para que respire aliviada y entonces doy un salto girándome para encararla y suelto un ¡ajá!, señalándola con el dedo índice. El bicho agita las patas con gesto infartado. Extiendo los brazos a lo largo del cuerpo, abriendo ligeramente las piernas, la alcachofa colgando indolentemente de mi mano izquierda. Tarareo una de Morricone y entrecierro los ojos a lo Eastwood.
        "Nena, en esta ducha no ha espacio para los dos" (y miento: otras veces hemos estados dos metidos, con menos brazos pero más grandes), y abro el grifo apuntando al punto negro, que resbala por la pared de la bañera hasta el sumidero. Da un par de vueltas en el remolino, agitando las patas, antes de caer en las profundidades insondables gritando un “volveré”.
        Termino la ducha silbando y un arbusto rodante se me enreda en las piernas al secarme.

Posted by P. at 12 de Mayo 2003 a las 11:58 PM
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