Cuando juego a acercarme al límite, cuando quiero convertir la presión en un motor que me haga reaccionar en lugar de partirme las espaldas, cuando veo el cronómetro digital (de bomba, pero sin cable rojo o verde que cortar) acercarse a las veintiocho rayas que marcan el 00:00 me pregunto por qué carajo no puedo recuperar todas las horas que he perdido en mi vida mirando la pared o rascándome la barriga o poniendo caras ante el espejo. Me obsesiono tanto con la idea de recuperar ese tiempo para utilizarlo ahora que lo necesito que dejo escapar los pocos segundos que me quedan de cuenta atrás.
Entonces suena la sirena que anuncia el final y cae confeti del techo y la banda empieza a tocar algo festivo, y esa voz lenta y fría, el hijoputa, me dice en la cabecita, "tío, lo has conseguido: otra vez has utilizado la excusa de la presión para no hacer nada y tirar otro pedazo de tu vida a la basura" y yo asiento y sonrío y brindo con la banda a mi salud porque sé hacer las cosas con clase.