Día de barbacoa en el chalet del Sr. Darío. A media tarde, les dejo en la piscina atacando a los primeros vasos con contenido etílico y cojo el tren de vuelta a casa. Saliendo de la estación, en la parada del autobús, distingo una camiseta de la selección brasileña de esas tan de moda este verano y al final la camiseta resulta ser una amiga a la que le tiré los trastos en una fiesta hace algo menos de medio año.
No soy muy dado a lanzar tejos en esas situaciones (principalmente porque tengo muy mala puntería), así que lo de aquella noche fue una excepción achacable claramente al alcohol. Sabía que ella tenía pareja desde hacia años, incluso nos había presentado en una ocasión, pero insistí y seguí pico y pala y sonrisa y acoso y derribo sin que me importase un carajo.
Hablando mientras esperamos en la parada le pregunto dónde va, y me dice que espera allí a su novio. En ese momento aparece él y nos presenta, y trato de ser agradable y de apretar la mano con firmeza y sonreir. Entonces creo notar algo raro en la actitud del chaval: quizá sea un tipo muy inseguro, o tímido, pero me parece que me evita la mirada y que se siente incómodo, y ella también está cortada, así empiezo a pensar que quizá él sepa quien soy, que ella debió contarle mi acoso en al fiesta, que debe detestarme, que verme no debe ser un buen trago, y ya no sé hasta que punto toda esa impresión me viene por el cansancio y el sol (me siento Mersault) y hasta que punto puede ser real. La situación tensa se prolonga y cuando vamos a empezar a hablar del tiempo y decir "pues si, pues si" aparece el autobús salvador.
Ya con la cabeza contra la ventanilla me siento culpable (demonios, debe quedarme conciencia, le dará otro zapatazo al insoportable grillo) porque parece un buen tipo, porque no creo que se mereciese que buitrease con su novia obviando su existencia, porque a veces me he visto en la situación inversa y yo también soy de los que rehuyen la mirada y bajan la cabeza.