Adoro la sensación de pasar la noche despierto, de superar esa hora crítica entre las seis y las siete y esperar las ocho con café recién hecho, de ver llega las nueve con el sol bajo el brazo e irme a la ducha. Darme un afeitado muy lento con la navaja jugando a no dejarme la cara hecha un cristo ni perder una oreja, ducharme con el agua hirviendo para llenar de vapor el baño y el espejo y pintarme sobre él una sonrisa mañanera.
Secarme saltando con la tolla enrollada en la cintura en mi pogo particular mientras de fondo berrea Refused y ya sólo queda empaparme de after shave (que siempre huele a padre), vestirme con ropa recién planchada y tomarme otro café para celebrar un comienzo de día tan bueno.
Y hoy, además, echar cuatro trapos en una mochila, agarrar un par de libros y una docena de cedés y escaparme de Madrid dejando atrás compromisos, responsabilidades y asuntos pendientes.