Intentas venderme en el mismo bar en que te enseñé a aplastar un paquete de tabaco vacío con una sola mano en un gesto típico de ligón de barra. Me dejas elegir: mira, esa de ahí te sentaría bien o a ti te van las morenas, ¿verdad? o esa está borracha, sería fácil y confía en mi, que soy buena vendedora.
Y en un momento en que me despisto llevándome el tercio a los labios atrapas a una pobre incauta que va a por pistachos a la maquina de la barra (sólo en provincias pueden tener expendedoras de pistachos en un bar) y le dices "eh, oye, fíjate en mi amigo" y a mi casi se me escapa un chorro de cerveza por la nariz mientras me pongo colorado como un tomate.
Le cuentas que acabo de salir de los mormones y que estoy desesperado, que si tiene un rato libre podría llevarme a los baños para hacer guarrerías (y la otra dice que antes tendría que conocerme). Aseguras que soy un tipo atractivo y hasta me quitas las gafas para demostrárselo, y que soy muy espiritual (y a mi me entra la risa). Me haces ponerme a su lado para que vea que vamos bien de altura y entonces se me pasa la vergüenza y pongo cara de producto envasado al vacío mientras le digo que, a pesar de mis pendientes, soy tierno como un osito de peluche. Tu añades que no debería desaprovechar esta oferta única, inigualable.
Para entonces vamos convenientemente borrachos (tu no te acuerdas) y no sé como sigues publicitándome, pero al final la incauta se va convencida de que tenía que haber dejado los pistachos y haberme comprado a mi.