Con tres o cuatro cervezas encima todo se ve más definido y contrastado, más real, todo es narrable: el bar, la conversación, el trasero de la camarera, las luces antiniebla de los coches. Y me tambaleo de vuelta a casa mascullando frases perfectas, redondas, palabras precisas e imágenes increíbles.
Entonces llego ante el ordenador (nunca escribo a mano) y me duele tanto la cabeza y estoy tan mareado que decido descansar pensando que tengo las palabras apiladas y bien sujetas. Y por la mañana las he olvidado, como cuando tienes la sensación de haber soñado algo increíble pero no consigues recordarlo, o quizá retengo unas cuantas frases desordenadas que con los ojos llenos de legañas parecen francamente una mierda. Debe ser como despertarse junto al rollo de la noche anterior y que haya pasado de bellezón lúbrico a Venus de Willendorf.
(Unas veces es el Sr. Adrián quien me roba las palabras y otras veces es a la inversa. Hoy directamente coincidimos.)