Bien, lo reconozco: vuelvo a sentirme completamente aislado. Es cíclico: siempre llega un momento del año en que me viene esta sensación. Mi actividad social no disminuye, pero la comunicación con cualquiera (da igual lo cercano que sea) me resulta algo tan superfluo e innecesario que se hace insoportable. Voy a sitios, hago cosas y me relaciono, pero por dentro estoy rumiando lo inútil de todo ello.
Y no es triste. No es malo. Es sólo una racha en que se es más consciente de ciertas verdades. Y la necesidad imperiosa de hablar, de tocar, de saber que hay un contacto, una comunicación que (aunque ilusoria) llene minimamente, acaba por desaparecer también.
Un psicólogo decente me diría que se acerca la primavera y se me disparan las hormonas y luego me preguntaría que hace cuanto no echo un polvo.
Y al final va a ser sólo eso.