25 de Mayo 2004

Palmada en el Hombro.

        Usted, señor profesor, no me ha visto en todo el curso en una sola de sus clases. Entiendo que no quiera recoger mi trabajo porque no tiene mi ficha y no le suena mi cara. Comprendo incluso que se permita cierto tono condescendiente al explicármelo. Me parece lógico, y la única reacción posible por mi parte es pensar en la flota de aviones y barcos de papel que haré con los folios del trabajo. Nada de indignarme.
        Pero lo que no puedo entender es que estire usted la mano con miedo y me de una palmadita en el hombro. Está completamente fuera de lugar. Si por lo menos hubiera hecho el gesto con rapidez y seguridad habría resultado natural y yo podría haber pensado que tiene la costumbre de palparle el hombro a todos sus alumnos (“Poneos en fila antes de salir, que os voy a dar un azotito cariñoso en el trasero para que los lo llevéis a casa”).
        Y es que detesto el contacto físico injustificado: le retorcería el cuello a aquellos que me agarran del antebrazo cuando hablan conmigo, odio que la gente me pase el brazo sobre los hombros en las borracheras cuando aparece el sentimiento de fraternidad etílica. Un choque con una rodilla ajena bajo una mesa suele descolocarme bastante y navego las horas punta en el metro como un contorsionista para no rozarme con nadie.
        Cuando yo toco a alguien mido el gesto y sus consecuencias y, desde luego, no palmoteo hombros ajenos buscando reafirmarme. Podría haber dicho “Si vuelve a tocarme, le mato”, pero no soy Bruce Willis y a mi las actitudes macarras sólo se me dan bien por escrito.
        Y además tengo la esperanza de quitarme de en medio su estúpida asignatura en el examen de junio.

Posted by P. at 25 de Mayo 2004 a las 11:04 PM
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