Mirando.

                “No mires a los ojos de la gente
                me dan miedo, mienten siempre.”
                        - Golpes Bajos.

        Y yo obedezco y nunca miro a los ojos. Cuando me lo recriminan siempre respondo: “sólo lo hago cuando tengo confianza con alguien”. Pero miento.
        No es por temor a lo que puedan decir los míos, a que puedan saber si estoy siendo sincero o no. Tampoco por no descubrir si me engañan a mi. Creo que es sólo miedo a que la gente vea una mirada vacía, toda cristalino y humor vítreo y nada más.
        Hoy el pasillo estaba lleno de gente. Llamaban por orden alfabético para entrar a un examen y yo apuraba el último cigarro conforme se acercaban a la T. Entonces una chica se ha girado y me ha mirado directamente a los ojos. Mi primera intención ha sido apartar la vista, como siempre, palparme los bolsillos buscando un mechero que sé con certeza que no está ahí agachando la cabeza. Pero esta vez, tras un titubeo, he devuelto la mirada. Y la suya seguía ahí, aunque también haya dudado.
        Y nos hemos quedado así diez, quince segundos, entre la gente. Como un duelo infantil para ver quién parpadea antes. Sin coqueteo, sin curiosidad, sin reconocimiento. No era el cruce de miradas de bar o transporte público y no saldré tampoco con mamarrachadas de que había una comunicación especial. Era simplemente mirar a los ojos como se mira a los de un cuadro, una mirada segura que afirma estoy aquí-soy yo-existo.
        No sé quién ha retirado la vista antes. La chica era terriblemente guapa, pero ese detalle resultaba insignificante: contaban sólo sus ojos firmes.
         “Vendrá la muerte y tendrá tus ojos”, dice ese verso tan sobado de Pavese. Espero que cuando la muerte decida pasarse por aquí tenga los suyos.

(Estoy obligándome a escribir para compensar el haberles tenido tan desatendidos, así que no se atrevan a quejarse si cuento cosas aburridas.)