Sueño:
Voy a empezar a trabajar en unas cocinas. Unas cocinas en el fondo de unas escaleras de edificio antiguo, escalones de madera desgastados, escaleras grandes y oscuras con barandillas de hierro rematadas en bolas deslustradas. Las cocinas son más oscuras aun, estrechas, con luz de candiles. De metal, viejas, enormes, como en las casas gallegas.
Sé que va a ser duro, que acabaré agotado y que debería estar preparado. Alguien que no consigo ver y que me explica mis funciones también me lo advierte. En la cocina hay una extraña pareja trabajando, negros de piel o de suciedad. No me hablan ni me miran.
Entro a un pequeño baño para ponerme un delantal que más parece de soldador que de cocinero. De paso, escondo tras la cisterna algo que llevo encima, cierto documento con información que no conozco pero que me implica en algo turbio que no le gustaría a los dueños de la casa.
Cuando salgo, todo está absolutamente vacío y a oscuras. Ni luz de candil ni extraña pareja. Tanteo sobre fogones y superficies de metal intentando encontrar la salida. La cocina cada vez parece más estrecha y por un momento dudo si las cosas que me rozan son esquinas o manos. Oigo voces que me dicen que qué me he creído, que quién creo que soy. Voy quedándome arrinconado por las voces y las esquinas/manos, agachándome hasta acabar en el suelo.
Pasan días y sigo trabajando allí, pero nunca recuerdo qué hago exactamente.
No sé quienes son los dueños de la casa/mansión. Sé que a veces, en las escaleras de camino a la cocina, veo entradas a grandes salones oscuros donde se distinguen muebles cubiertos de telas. En la puerta siempre hay altos sirvientes de librea vigilando que me miran con desprecio por ser solo un cocinero. Intuyo que tras esos salones están los dueños de la casa, viviendo entre polvo y luces tenues. Les imagino hablando entre susurros.
Veo a una niña que intenta entrar en uno de esos salones. Fea, larga, harapienta. Tocándole un hombro le digo que se confunde, que tiene que bajar conmigo a las cocinas. Entonces resuena en las escaleras una voz chillona y aparece la dueña de la casa caminando enfurecida hacia nosotros. Minúscula y pálida, parece sacada de una litografía de cuento infantil. Cuando grita unas pequeñas alas alargadas se agitan en su espalda, zumbando muy rápido, como las de un mosquito golpeándose contra una bombilla.
No sé que dice, no sé qué amenazas escupe, pero su boca de líneas finas se retuerce con crueldad. Me apresuro escaleras abajo, sé que no debo plantarle cara.
Me despierto.