22 de Junio 2005

P, Falso.

        Por teléfono, como a través de estas letras, suelo sentirme seguro. Juego con la ventaja de ser una voz bonita, de no cargar con una cara o un cuerpo.
        Llamada de larga distancia de alguien a 1260 kilómetros de aquí. Cada vez que termino una frase un fallo en la línea hace que me escuche repetido medio segundo después, como un eco, como un traductor simultáneo.
        De acuerdo, nadie reconoce su voz cuando viene de fuera, siempre nos resulta extraña, ajena. Ese no es el problema. En este caso no es el timbre lo que falla, sino la entonación.
        Porque el cabrón que me hace de eco está jugándomela. Cambia el sentido de cada una de mis frases, le da a cada palabra un tono opuesto al que yo pretendía ponerle. Dónde quiero sonar encantadoramente cínico él resulta dócil, anodino; dónde quiero mostrarme cercano, el se muestra ácido, intratable; río de verdad y su carcajada metálica resuena enlatada como en una mala comedia de situación.
        Desesperado, intento meter el brazo hasta el hombro en el auricular y sacar de un tirón al tergiversador de tonos (al que imagino igual que yo pero con la mirada ladina, una rara especie de cangrejo ermitaño telefónico) para partirle el alma en dos, pero no lo consigo.
        Y al final todo lo que digo suena tan falso en mi eco que tengo que acabar colgando, incapaz de atender a lo que me responde una voz a 1260 kilómetros de aquí.

Posted by P. at 22 de Junio 2005 a las 01:43 PM
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