No se está tan mal del lado de los ganadores.
La cosa va así. Ella tiene un pretendiente. Un tío constante, de la vieja escuela de la caballerosidad y el pico y pala. Un tío que se preocupa por ella, que la invita a cenar en sitios caros, que espera a la salida de su trabajo para llevarla a conciertos y exposiciones. Un tío que consigue al momento lo que ella quiere, plegándose a cada deseo y soportando sus desplantes.
Ella se acuesta conmigo.
Él sabe que existo. Sabe (porque ella se lo confía) que hay alguien por ahí que no la trata bien, que no se preocupa ni se esfuerza por ella, que no se merece tenerla en su cama.
No sé cuánto más sabe de mi.
(no sé si me imagina guapo o feo, interesante o idiota, seguro o apocado)
Yo en cambio sé que debe odiarme. Debe detestar al cabrón que se tira a la chica que le gusta sin tener, como él, que hacer nada. Sé que debe arderle dentro cuando llama y no tiene respuesta porque ella está conmigo.
Sienta bien saber que el azar me ha puesto en el lado bueno de la raya. Que esta vez no soy el que sale perdiendo. Y si eso supone tener que interpretar el papel de hijo de puta con suerte, estoy dispuesto.
No se está tan mal del lado de los ganadores.