12 de Septiembre 2006

Cambiando.

        Primero fue el coche.
        Quizá por el sol del verano sobre la chapa o porque el ambientador se terminaba, su olor empezó a aflorar suavemente por encima del de mi tabaco y el motor. Condujo este coche durante tres o cuatro años, así que era normal que los asientos se hubieran impregnado de él. Compré un nuevo ambientador.
        Después fue una toalla.
        Una toalla tan vieja que es casi papel de fumar y que me ha acompañado los últimos años, pero que había sido suya un par de veranos hace ya una década. Así que un día salgo de la piscina y me seco la cara y está ahí de nuevo. Su tufo a sudor, dulzón y penetrante, siempre tapado bajo after shave o colonia pero asomando como un cuerpo enterrado con prisas.
        Por fin, hace una semana, dando vueltas en la cama sin poder dormir (una tonta sensación de angustia en las tripas), descubrí que su olor también estaba entre mis sábanas y en mi almohada, claro e inconfundible. Y esta vez no podía ser: las sabanas y la cama son nuevas y él no había puesto los pies en mi buhardilla en los últimos seis años.
        Sólo entonces me he dado cuenta de que no es su olor. Es el mío. Como una serpiente que cambia de piel, estoy cambiando la forma en que huelo.
        Ya he descubierto otros rastros en mi antes. Una manera de mirar ensimismado hacia la nada. Una curva de disgusto en los labios cuando camino entre gente. La caída en la forma de mis hombros.
        Me aterroriza la idea de ir cambiando poco a poco hasta convertirme en él.
        Esa es toda mi herencia.

Posted by P. at 12 de Septiembre 2006 a las 07:37 PM
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